Dolores es una
mujer risueña y muy positiva, abrió las puertas de su casa sin ningún tipo de
pudor y no dudó en mostrar orgullosa sus dibujos y creaciones. De la misma
manera, no costó mucho que abriera su corazón y nos contara aquellos momentos
de su vida que le habían marcado y que le habían enseñado tanto.
Para Dolores
pertenecer a la asociación AMAT es una manera sencilla de poder relacionarse
con otras mujeres, y lo que es más importante para ella, poder realizar
gimnasia semanalmente en un centro que es sólo de mujeres y que está muy cerca
de su casa.
Conoció la
asociación por pura casualidad, su carácter abierto hizo que preguntara a
algunas señoras que vio por la calle, cargadas con mochilas, dónde hacían
ejercicio y no dudó en acercarse y “apuntarse” –como dice ella-.
Empezar a
relacionarse con las mujeres de la asociación, le abrió un mundo nuevo.
Surgieron nuevas amistades, con las que habitualmente se reúne, y empezó a
practicar deporte de forma activa. Recuperó su pasión por la interpretación
–cuando era joven hacia teatro- y empezó a participar activamente en distintas
actividades que ofrecía la asociación.
Pese a tener
73 años, Dolores sigue trabajando. Casi todas las tardes de la semana, realiza
manicuras a domicilio en Valencia con clientas que tiene desde hace más de 20
años. Este hecho, le imposibilita participar de forma más activa en la
asociación.
En el caso de Dolores, la idea de querer y poder participar de forma
más activa no hace referencia a ocupar algún cargo dentro de la junta de la
asociación, o gestionar alguna actividad; su idea de participación, se limita a
poder realizar más actividades como la pintura, que comenta es algo que le
encantaría hacer.
Por lo que nos
cuenta, no suele participar en las asambleas que convoca la asociación e
incluso no sabe muy bien, qué cargos existen dentro de la junta de AMAT.
Esta realidad
podríamos conectarla con el término “mutismo sociocultural” del que nos habla
Teresa del Valle. Este término hace referencia a una realidad en la que hay
grupo dominante y grupo dominado; el primero es el que habla y el segundo
permanece callado aunque numéricamente, es posible que sea más amplio que el
primero.
Esta realidad
es la que históricamente ha imperado en el imaginario colectivo; los hombres
serían ese grupo dominante que habla y tiene visibilidad, mientras que las
mujeres pertenecerían al grupo dominado que se mantiene callado e invisible en
el ámbito de lo público.
Pese a que la
dicotomía público/privado en el momento existente, requiere de muchos matices,
ya que en nuestra sociedad actual existen trasvases de un ámbito a otro y no
siempre se cumple dicha dicotomía -público: hombre; privado: mujer-, sigue
imperando dicha lógica en el imaginario colectivo y se sigue relacionando,
irremediablemente, a la mujer con la maternidad, la crianza, los cuidados y su
necesaria socialización hacia ese rol.
Por tanto,
aunque no se mantengan como características universales de lo doméstico
–privado-, sigue siendo referencia para muchas mujeres de lo que se espera de
ellas y en las prioridades que deben tener en sus vidas. Esto explicaría, por
qué muchas mujeres permanecen en sus casas, es decir, no se deciden a salir al
ámbito público y así ser visibles en la sociedad civil.
Para muchas
mujeres, romper con ese simbolismo social resulta muy difícil, ya que sienten
que están fallando y decepcionando a sus familias. En definitiva, son víctimas de
ese estigma social que les advierte de que no están cumpliendo con el rol
prioritario que tienen como mujeres y madres.
La
interiorización de dicho rol, imposibilita que muchas mujeres “rompan” con lo
que “tradicionalmente” se espera de una mujer y se decidan a salir al ámbito
público. De la misma manera, es gracias a las asociaciones de mujeres por lo
que muchas han conseguido “romper” y salir de ese ámbito del hogar para
dedicarse a ellas mismas, sin sentir el estigma social. Las asociaciones se
convierten en “espacios puente”, que permiten a las mujeres salir de sus casas,
a la vez que siguen ocupando un rol “típicamente” femenino de esposa y madre.
Las
asociaciones, constituyen la parte visible de los movimientos sociales, que se
encuentran en una esfera más profunda. El surgimiento de la ideología
asociativa coincide con el ascenso de los valores post-materialistas –último
tercio del s. XX- y Barthélemy explica dicho surtimiento ideológico como
consecuencia de que el Estado deja de ser el único representante del interés
general – intereses que pasan a ser parte de las organizaciones ciudadanas-.
El espacio
asociativo se construye simbólicamente en torno a la noción de intereses
colectivos y de la doble depreciación de lo público y lo privado. E. Bott
definía el espacio social como el área más o menos limitada dentro de la cual
el individuo goza de un grado relativo de autonomía. La ideológica asociativa,
conforme va calando en el tejido social, favorece el desarrollo de nuevas
miradas sobre la imagen de la sociedad, lo que va a permitir ir realizando
pequeños cambios en la estructura patriarcal.
Jürgen
Habermes y John Rawls definen la sociedad civil, como el espacio intermedio
entre el estado y el ámbito doméstico. La realidad asociativa permite algo tan
importante como la posibilidad de ser visibles en la sociedad civil; de hecho
Teresa Alba, asigna a las asociaciones el papel de privilegiados agentes de
transformación social.
Estas nuevas
visibilidades sociales suponen el aprovechamiento de la forma que tienen las
mujeres de percibir la realidad y expresarla de forma distinta a aquellos que han dominado históricamente. A través de asociaciones voluntarias
se recoge la experiencia directa y vital de las mujeres mediante sus vivencias
y sus interacciones, que en muchos casos, se pueden plasmas en relatos,
hablados o escritos, y en actividades intelectuales que las hacen expresarse y
conocerse a ellas mismas.
Las reflexiones
que podemos extraer, de lo que para Dolores representa pertenecer a la
asociación son muchas y muy variadas. En su caso, resulta muy interesante
compararlo con las funciones sociales que, según Teresa Alba, cumplen las
asociaciones y que hacen referencia a 3 ámbitos:
1) Personal;
que posibilita la salida, por decisión propia, del estrecho espacio del hogar
para incorporarse a un colectivo que legitimiza ese pequeño acto de libertad,
que en muchos casos no es entendible por los familiares. Esto es, evitan
enfrentarse al estigma social, del que hablábamos antes, que supone para muchas
mujeres salir de sus casas por iniciativa propia.
En el caso de
Dolores, incorporarse a la asociación supuso mejorar su autoestima al verse
valorada y reconocida por otras mujeres; vio ampliadas, significativamente, sus
relacione sociales al entablar nuevas amistades y encontró un espacio propio
–sólo suyo-. Por tanto, para ella AMAT cumple funciones hasta terapéuticas
–emocionales-, sin olvidar la función cultural que ella valora profundamente.
2) Grupal;
que se configura como un espacio simbólico para la construcción de una
identidad propia dentro del colectivo – el “nosotras”-. Esto hace referencia, a
la percepción individual de tener algo propio -ajeno al ámbito doméstico/familiar-
y en común con otras mujeres. De alguna manera, se tiene la percepción o la
ilusión de que entre todas, se pueden hacer muchas cosas, resolver problemas o
abordar proyectos que, de forma individual, sería imposible.
La socióloga
Soledad Murillo, afirma que estas organizaciones “representan un lugar donde
disponer de un tiempo para sí, donde mantener relaciones sociales con otras
mujeres fuera de la mirada masculina”. Esto último, conecta muy bien con lo que
Dolores nos comentaba en la entrevista; ella se sentía muy bien en esta
asociación porque eran todas mujeres; y esto significa poder estar en un
ambiente relajado y lejos de miradas masculinas que puedan sojuzgarlas. En estos
casos, la unión les da la fuerza.
3) Comunitario;
donde las asociaciones hacen de puente con las distintas instituciones
públicas, adquiriendo un protagonismo social que las convierte en sujetos
sociales. Para Teresa Alba, el eslogan feminista “lo personal es político”
adquiere especial transcendencia es estas asociaciones, que contribuyen a
desarrollar el sentido crítico y la toma de conciencia y que difunden valores
como la autonomía del compromiso social.
Estas
circunstancias han conformado a distintos colectivos de mujeres, que al asumir
metas colectivas y ocupar distintos espacios sociales –grupos tradicionalmente
excluidos de la esfera pública- irrumpen en el ámbito de la sociedad civil
–organizada-, teniendo la posibilidad de mostrar una realidad hasta ahora
invisibilizada y que consigue llevar a los cuadernos políticos cuestiones que,
hasta ahora, no se contemplaban.
A este
respecto, Teresa del Valle nos advierte que las mujeres viven en redes que les
unen a otras mujeres por lazos diversos de parentesco y consanguinidad, así
como de amistad y de trabajos comunes, pero que frecuentemente se han
menospreciado o negado su existencia –esfera privada-, contrariamente a las
redes creadas por los varones se les han atribuido una relevancia que potencia
la presencia masculina en el espacio público.
Esta diferente
valoración o forma de socializarnos, conlleva que las mujeres que sí se asocian
y sí viven en red, no sean protagonistas. Teresa del Valle lo califica de
mutismo sociocultural –como ya hemos señalado- y nos cuenta, que para vencer
ese mutismo resultan enormemente importantes los “espacios puente”, que se
configuran inicialmente en función de las delimitaciones establecidas entre lo
doméstico y lo exterior y entre lo privado y lo público.
Sin embargo, en el caso de Dolores, ella participa haciendo gala de un
mutismo social dentro de la misma organización; para las mujeres que participan
de esta manera en las
asociaciones ¿hay una toma de conciencia con el compromiso social?, ¿se puede
dar un cambio real en la toma de conciencia de estas mujeres?
Podríamos
decir que hay una extensión de ese mutismo sociocultural del que hemos hablado,
dentro de las propias asociaciones de mujeres. La participación de éstas en la
organización no es análoga; en el caso de Dolores, no hay un interés por ocupar
un cargo, por hacer oír su voz, porque su asociación tenga un carácter
reivindicativo ante la sociedad civil; responde al rol de asociada que se
mantiene en un segundo plano, en el que también es invisible.
Si comparamos
una asociación de mujeres con una de hombres, entre otras, la mayor diferencia
estribaría en la forma de participar en la asociación. Entre los varones, sí
hay una predisposición por asumir el mando, por querer ser visible o porque su
voz se oiga –pese a no tener nada interesante que ofrecer-.
Por tanto, las
mujeres que participan de esta manera en sus asociaciones, ¿realmente sienten
una transformación vital?
En mi opinión
sí.
La importancia
de estos espacios-puente que son las asociaciones es mucha; conllevan a la
debilitación de los límites establecidos socialmente para la sociabilidad de
las mujeres y ayudan a alcanzar una mayor fluidez entre los espacios, así como
el apoyo que suponen para el cambio. Además, sirven para iniciar la
verbalización de sus modelos, la formalización y la reivindicación como
asociación.
La importancia del asociacionismo para el empoderamiento femenino radica
en la posibilidad de entrar en el sistema de redes interconectadas que son
necesarias para el cambio; se trata de pasar de lo informal a lo formal, de lo
local a lo global y de lo privado a lo público. En el caso de Dolores, aunque
de una manera más pasiva, ha conseguido pasar de lo informal a lo formal, ya
que es socia de una asociación legalmente constituida; de lo local a lo global,
ya que aunque ella no sea consciente, su asociación pertenece a esas redes
interconectadas que forman parte del movimiento de mujeres; y de lo privado a
lo público, ya que ha dado ese paso en el que se halla la diferencia entre
pertenecer a la sociedad civil o no.
Lo más importante del proceso de asociacionismo, son los pasos de
cambio personal y colectivos –como apuntaba Teresa Alba- que se generan a
través de actividades que de manera directa no responden a reivindicaciones
feministas. Las propias mujeres que se asocian no son conscientes de este
componente feminista, pero lo cierto es que los beneficios que de esto se
desprenden tienen mucho que ver con un movimiento emancipatorio propio de los
postulados feministas. Dolores, a través de su asociacionismo – aunque no sea
consciente- está contribuyendo al cambio social y al empoderamiento femenino
–el propio y el colectivo-.
De hecho, el
movimiento feminista ha tenido una gran incidencia en los diferentes espacios
puente con los que, tradicionalmente, han contado las mujeres – de carácter
informal y basados en relaciones de amistad, vecindad, de ocio o trabajo-. La
situación del feminismo es absolutamente variada y sus características varían
social y culturalmente. Sin embargo, la gran expansión en todo el mundo, de lo
que se denomina Movimiento Amplio de Mujeres recoge con fuerza
las posibilidades de empoderamiento femenino, y como hemos apuntado las
asociaciones pertenecen a esas redes que tejen el movimiento amplio de mujeres.
Dicho
movimiento, igual que el feminismo se caracteriza por formas de organización y
de lucha que transcurren en diferentes espacios y temporalidades, con objetivos
que van desde la mejora del bienestar familiar y comunal hasta objetivos a más
largo plazo en relación a la subordinación, -y que tienen también- una
presencia desigual en la escena social; plantea diferentes demandas, incluso
contradictorias y no siempre expresa de forma evidente reivindicaciones que
apunten a transformar las relaciones de género, como apunta Virginia Maquiera.
Sin embargo, pese
a las diferencias que separan a estas formas de participación, todas se
construyen y legitimizan sobre el mismo elemento: el rol tradicional de las
mujeres de cuidadoras y defensoras del hogar.
Hay otra idea
que señala Virginia Maquieira, más reivindicativa y más próxima al concepto de
movimiento feminista, que plasma el asociacionismo como una herramienta de
organización del inconformismo y la rebeldía de las mujeres, que les aporta
descubrimientos para su desarrollo personal y la sociedad en la que viven; es con esta reflexión con la que me quedo después de haber entrevistado a
Dolores. Ella no se ha conformado con el rol que tradicionalmente se establece
para ella; su pequeño acto de rebeldía ha conseguido que se descubra a sí misma
y tenga la necesidad de desarrollarse personalmente, de saber que su bienestar
personal no sólo pasa por ser una buena madre y esposa; y es precisamente este
cambio en la percepción de las cosas, lo que contribuye al redescubrimiento de
la misma sociedad en la que ha vivido durante 73 años, es decir, de tener
conciencia de que las cosas evolucionan y de que todo es proclive a ser
cuestionado.
La realidad
asociativa de las mujeres en la ciudad de Valencia como podemos ver en el texto
de Teresa Yeves “Recuperando la memoria histórica”, responde a la
complejidad con la que define Maquieira al movimiento amplio de mujeres, y
define las variantes asociativas haciendo referencia a distintas
características:
La diversidad de sus actividades y de sus trayectorias ideológicas.
Los diferentes objetivos específicos.
La diversidad de metodologías y campos de incidencia.
La variedad en su ubicación espacial.
Los colectivos
claramente diferenciados de mujeres.
Pese a esta
diversidad entre las distintas asociaciones, Maquieira mantiene que hay entre
ellas “un factor dinamizante y aglutinador que responde a un denominador común
y que se puede resumir de la siguiente manera: una serie de necesidades y
demandas a las que las mujeres quieren dar respuesta. Este factor común de
la actividad organizada de las mujeres refleja implícita o explícitamente un
cuestionamiento de las relaciones de género vigentes que se manifiesta a través
de tres ejes diferenciados pero que a menudo se solapan:
1) La reivindicación de identidades negadas.
2) La necesidad de dar solución a las carencias acumuladas.
3) La
identificación solidaria con las mujeres más desfavorecidas.
Estos tres ejes los hemos visto reflejados en la historia que Dolores
nos ha relatado y, en la innegable importancia que estar asociada tiene para
ella; importancia que va más allá de ocupar un cargo en la junta de la
asociación o participar en una asamblea, supone un cambio interno que le
devuelve una identidad negada o falseada por una cuestión cultural.
Como nos
apuntaba Maquieira, hay una gran disparidad de asociaciones y de mujeres que
las frecuentan, de la misma manera existen grandes contrastes en los motivos
primeros que las llevo a cada una a asociarse. Estas mujeres, ni se definen
como feministas, ni tienen la percepción de que están realizando un acto de
“revolución” que hace veinte años hubiera sido imposible llevar a cabo y, que
con esos hechos están cambiando el discurso que ha venido repitiendo el
patriarcado desde tiempos inmemoriales.
Al final, el
asociacionismo y los espacios puente son estrategias que las mujeres –muchas
veces sin saberlo- realizan como mecanismos de emancipación respecto a sus
roles tradicionales, sin que se perciba claramente por parte de su entorno, ese
“abandono” de tareas. Resulta muy interesante, visto desde fuera, cómo éstas
mujeres no son conscientes de que lo que están haciendo significa una clara
transgresión del orden patriarcal.
Con ese acto
emancipatorio, están contribuyendo a la reestructuración del espacio de la
familia, lo que afecta directamente al universo simbólico que cada miembro de
la familia ha interiorizado siempre y para el cual se le ha socializado.
Estos cambios
simbólicos suponen un claro avance en clave de igualdad. Como afirma Hannerz
“ahí donde se dé una gran diversidad de roles, las personas están más
preparadas para encarar tensiones y conflictos nuevos, poseen una capacidad
adaptativa a nuevas circunstancias; mientras que donde se dé una menor diversidad
de roles, es fácil que haya soluciones más institucionalizadas a los conflictos
y problemas”.
En el caso de
las mujeres que salen de sus casas y están en contacto en las asociaciones con:
nuevas amistades, nuevas experiencias, conocimiento, cultura, etc.; esta forma nueva de percibir una realidad de manera más amplia,
les permite hacer el ejercicio de ver las cosas con distancia. Estos nuevos
aprendizajes precisan de unos espacios y tiempos donde las personas estén
expuestas a experiencias más amplias que les permitan percibir, aprehender y
evaluar situaciones anteriores desde otras perspectivas.
Como apunta
Teresa del Valle, el asociacionismo posibilita la asunción de protagonismos que
ayudan a diferenciarlo de una mera participación. El protagonismo indica el
erigirse en sujetos de aquello en lo que se quiere incidir, transformar,
cambiar. Una pueda colaborar sin ser protagonista mientras que el protagonismo
sí que encierra participación.
Las
mujeres han sido más participantes que protagonistas a lo largo de la historia,
y en mi opinión Dolores – y muchas mujeres como ella- han eligió ser
protagonistas.